miércoles, 5 de octubre de 2011

Cambios. Parte XII. Explosión.

“Mira, hay una foto suya en la mesilla.” “Déjala, déjala ahí, no la cambies.”
Pepe y Abu

La partida.

Se dio cuenta de la gravedad  y se calló.
Se calló como se callan los muertos, o los dormidos.
Más tarde un tren del color de la ceniza la llevó donde se parte el silencio, y se inflama la calma y vuela el día tras los cristales de azul y tarde amarga.
Y allí por fin lloró, con llanto de ojos heredados de aceituna y manos hábiles, llanto de mañana.
Y pensó en uno y otro, decidir que son dos.
Cuando el pensó en ella, eligiéndola.
Cuando el viaje y todos los relojes.
Luego, en que dos que son dos se convierten en uno.
Y ella pensó en él, sin querer ya cuidarse.

Y lo guardó. Lo guardó con cariño, con tiento, con ternura.
Lo guardó con madera, con pequeños estantes no construidos nunca, con fórmulas secretas y aventuras selváticas.
Lo guardó como se guardan las historias, con las manos pequeñas.
Lo guardó como un barco, como se guarda un barco, de centro de salón, del centro de la Tierra.
Se quedó, en el camino, con unas cuantas frases, con algún que otro libro, con orgullo, con agua.

Y cuando todo estaba recogido, de caja de herramientas, de corazón palpado, de suturas antiguas y futuro quebrado, cuando todo esto estaba listo ya, lo guardó.
Como algunos domingos, en el fondo del alma.

Ruiz. B.



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