lunes, 26 de diciembre de 2011

Mariposa clavada.

Mariposa clavada que medita su vuelo.
Rosa del equilibrio sin dolores buscados.
¡Siempre la rosa!
F. G. Lorca


Oh tú, flor del asfalto, puente de besos.
Tú que aprietas, que exprimes, que desgarras, que exiges.
Oh tú, amor de los hombres.
Las ciudades levantan el invierno que empieza, quieto y arrebolado, esperando un frenazo, un roce, un temblar abandonado de todo sobre sábanas con mil ojos.
Empiezas tú también en cada esquina, en los tejados de las aves huecas, empiezas tú detrás de todo, antes de todo, dentro de todo, tú.
Y poco a poco - papel interrumpido, dulce escarcha, boca fría - aparece un levísimo segundo conocido. Aparece vibrante y doloroso y mudo. Y llega con el arte, el vacío y la tarde a mitad, y se marcha con tres o cuatro pasos.
Pero llega - es sabido - para quedarse. 
Que te has ido, me dicen. 
Jardín azul, manos de niebla, me dicen que te has ido.


Ruiz. B.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Esa fracción de ti.

"Canto tu corazón astronómico y tierno, de baraja francesa y sin ninguna herida"
F. G. Lorca

"No quiero perderte nunca...es que… te quiero mucho, un montón.” 
Y me lo ha dicho con tono de niña pequeña, no ha usado su voz atractiva y excitante, pero me ha removido el alma entera, me ha agarrado el corazón (como de costumbre), lo ha volcado y lo ha colocado a su medida, donde a ella le gusta que esté, en la garganta, o quizá más arriba. 


















lunes, 19 de diciembre de 2011

Ven, siempre ven.


No te acerques. Tu frente, tu ardiente frente, tu encendida frente,
las huellas de unos besos,
ese resplandor que aun de día se siente si te acercas,
ese resplandor contagioso que me queda en las manos,
ese río luminoso en que hundo mis brazos,
en el que casi no me atrevo a beber, por temor después a ya una dura vida de lucero.
No quiero que vivas en mí como vive la luz,
con ese ya aislamiento de estrella que se une con su luz,
a quien el amor se niega a través del espacio
duro y azul que separa y no une,
donde cada lucero inaccesible
es una soledad que, gemebunda, envía su tristeza.
La soledad destella en el mundo sin amor.
La vida es una vívida corteza,
una rugosa piel inmóvil,
donde el hombre no puede encontrar su descanso,
por más que aplique su sueño contra un astro apagado.
Pero tú no te acerques. Tu frente destellante, carbón encendido que me arrebata a la propia conciencia,
duelo fulgúreo en que de pronto siento la tentación de morir,
de quemarme los labios con tu roce indeleble,
de sentir mi carne deshacerse contra tu diamante abrasador.
No te acerques, porque tu beso se prolonga como el choque imposible de las estrellas,
como el espacio que súbitamente se incendia,
éter propagador donde la destrucción de los mundos
es un único corazón que totalmente se abrasa.
Ven, ven, ven como el carbón extinto oscuro que encierra una muerte;
ven como la noche ciega que me acerca su rostro;
ven como los dos labios marcados por el rojo,
por esa línea larga que funde los metales.
Ven, ven, amor mío; ven, hermética frente, redondez casi rodante
que luces como una órbita que va a morir en mis brazos;
ven como dos ojos o dos profundas soledades,
dos imperiosas llamadas de una hondura que no conozco.
¡Ven, ven, muerte, amor; ven pronto, te destruyo;
ven, que quiero matar o amar o morir o darte todo;
ven, que ruedas como liviana piedra,
confundida como una luna que me pide mis rayos!

Vicente Aleixandre


miércoles, 14 de diciembre de 2011

jueves, 8 de diciembre de 2011

Volver.

"No sé si cuando uno vuelve a un sitio donde fue feliz vuelve con el cuerpo o con el corazón. Con los ojos, o con la memoria."

Con esa vaga tristeza de las tardes tranquilas. 
Con los ojos cerrados, las puertas cerradas y la sonrisa abierta. 
Con esas palabras que se dicen a veces.
Tú nunca estuviste en el lugar en el que crecí. Más inviernos de los que caben entre las manos, mis libros, pasillos para correr, novedades que ya nos son extrañas, rincones inmóviles.
Siempre en aquel lugar te están esperando.
Nunca estuviste allí, y sin embargo yo he vuelto esta mañana.
Contigo.

Ruiz. B.



sábado, 3 de diciembre de 2011

Del tiempo perdido y del regalado.

"En medio, sellando el rostro nítido que la tarde amarilla caldea sin celo,
está la boca fina, rasgada, pura en las luces.
Oh temerosa llave del recinto del fuego.
Rozo tu delicada piel con estos dedos que temen y saben,
mientras pongo mi boca sobre tu cabellera apagada."

Vicente Aleixandre


Hay algunos besos que se pierden, hay que saberlo. Saber que se pierden - o se pueden perder - si no se entregan. Porque un beso perdido se marcha como un rastro, como un río o un día que no deja recuerdo. 
Se va, ellos sí que no esperan. Si se pierden, se pierden para siempre. No habrá retorno, ni labios de arena que quieran rescatarlo, ni anillos para el tiempo, ni horas muertas.
El tiempo regalado que me das, que te doy - porque tú lo quisiste - se parece a ese tiempo de los besos perdidos. Aunque - ya lo sabemos, y lo sabemos bien - hay calles más propicias que otras para perder un beso.
Ellos llegan, llegan sin previo aviso y sin reposo previo. Llegan sin más, cuando tu boca acerca a mi piel, por mi piel, la calidez del abrigo de lana, del sofá, de los dientes, del lugar incorrecto. De repente tu boca, tus labios sin aurora, sin agua, sin tiempo si es preciso, sin premeditación ni alevosía, acercan a mi boca el despertar de un beso. Tus labios se ofrecen sin pensar en curvas luminosas, cargadas de destellos, de voces que proclaman ese silencio que va a llegar, inminente, desnudo.
Te acercas de repente. Peligro, mundo, ruido, pasos, hojas, cristales, plantas, pelo, ojos, estrella, alguien detrás, delante, vacío, libros, llamadas, puentes, flancos, portal, acera, gritos, alegría, carrera, faros, rueda, palabra, carretera, luna, hueco, nariz, dedos, asfalto.
Ya se marchó. Ese, aquel, tuyo, mío, que nunca llegó a ser. Vuelo de verde, vuelo de planta, de gente con las cuencas de los ojos vacías. Se perdió aquel. 
Y nosotros debemos aprender que perderemos muchos. De este modo o de otro, qué más da. Se perderán y vivirán lejanos, sin bocas inflamadas.
Pero amor, aunque ahora ya es tarde, es preciso el olor de otro tipo de besos. Los que no son de aire, ni de hueco, ni de horas perdidas, no.
Los que se quedan cerca - carne, labio, caricia, oscuros, cierto, horizontal, pared, vacío, ventana. 
Los de mar y saliva.
Esos que sí nos damos.


Ruiz. B.







domingo, 27 de noviembre de 2011

Comprender el ansia de la lluvia, o la fiebre del mar.

"Boca rota de amor y alma mordida."
F. G. Lorca

Tenías que llegar para creerte. O para no creerte, y quedarte a las puertas.
Tenías que llegar por la corriente.
Tenías que pasar, mi piel inerte, por las sombras del cielo y del fracaso.
Tenías que llegar, para quedarte.
Tenía que vivir sin encontrarte.
Tenía que olvidar para tocarte.
Tenía que volar, sin esconderme,
sin luna, con tu luz, y sin taparme,
para sentir tu aliento, manta y frío.
Yo no supe, no sé, nunca he sabido
esperar de la noche más que el sueño.
Pero tu cuerpo, amor, pero tu cuerpo
de mar y de calor y de deshora.
Pero tu piel, tus manos y tu aurora.
Pero tu sed, tu paz y mi agonía.
Pero tu calma, inquieta, que me ahoga.
Pero tu alba, mi cuello entre tus dientes.
Pero tus labios, luz, sudor y abrazo a tientas.
Verás - tú ya lo sabes - no es lo mismo dormir, amor, 
sobre almohadas serenas y seguras, que dormir a tu lado.

"Que unidos, enlazados...el tiempo nos encuentre destrozados."
F. G. Lorca









viernes, 25 de noviembre de 2011

Amor incivilizado.

"Ese trocito de azúcar verde." 


"Es algo que no puedes alcanzar, que no logras comprender del todo. Por eso te capta." Un universo paralelo, un refugio, una manta, una cueva, un campo de baloncesto a oscuras, una siesta, un ovillo, una imprudencia, un vuelo impertinente, una locura. Un lugar al que quieres volver.
Y ella sabía que lo necesitaba para tener apenas un fragmento de esa vida bohemia que de vez en cuando se atrevía a mirar desde arriba, desde la ventana de las cosas bien hechas y en orden, desde la estructura, desde el limón amargo, desde la calidez y la pureza.
Y ella sabía que había destrozado su conciencia, que había pulverizado sus pilares y quebrado de lleno la forma de todo lo que había conocido antes. Lo sabía y le daba tanto vértigo que querría huir a veces. A veces, en días como hoy, correría sin parar hasta el fin de alguna calle no demasiado concurrida, para recordarla como era cuando aún no existía.
Necesitaba a veces un poco del aire que en aquel recoveco no lograba aspirar, por cercanía de bocas, por labios, por caricias, por frío y por ya no te quiero querer tanto.
Y cuando le preguntaba si entendía, de sobra ya sabía la respuesta. Y era un no. (Aunque ella decía sí, y sonreía, y nunca habría soñado mirar con tanta fuerza, de romper la mandíbula de un beso).
Y no podría entenderlo, se dio cuenta muy tarde, demasiado tarde para lo que acostumbraba. Nunca podría entenderlo, un milagro, una estepa, un café a media tarde, un colibrí, una nube, se podían comprender. Ella no. Jamás, nunca, por siempre, para siempre, comprender, comprensible. Eso no. No el lugar al que accedían a veces, de la mano. O sola, o lejos o a su lado. 


Ruiz. B. 


miércoles, 23 de noviembre de 2011

Gacela del amor imprevisto.

Nadie comprendía el perfume
de la oscura magnolia de tu vientre.
Nadie sabía que martirizabas
un colibrí de amor entre los dientes.

Mil caballitos persas se dormían
en la plaza con luna de tu frente,
mientras que yo enlazaba cuatro noches
tu cintura, enemiga de la nieve.

Entre yeso y jazmines, tu mirada
era un pálido ramo de simientes.
Yo busqué, para darte, por mi pecho
las letras de marfil que dicen siempre.

Siempre, siempre: jardín de mi agonía,
tu cuerpo fugitivo para siempre,
la sangre de tus venas en mi boca,
tu boca ya sin luz para mi muerte.

Federico García Lorca



jueves, 17 de noviembre de 2011

Aún así.

"Y no dejarte más que una ventana sin estrellas."


La cabeza que reposa en la almohada, las manos que te acarician y el corazón que te espera.
Sé que no siempre vas a llegar, no puedo esperar que lo hagas.
Sé que es intenso, sé que es muy fuerte, más, mucho más de lo que habría arriesgado con un poco más de tiempo y de conciencia.
Pero no hubo tiempo, y sé (o quizá no sepa) que fue mejor así.
Así, saber que solo hay puentes, y algunas horas vividas deprisa, robadas al tiempo sin hacer mucho ruido.
Y sé que yo no he ganado ninguna guerra, y que quemo la vida, y que no te doy tiempo, y que a veces no te busco lo suficiente, y que, en días como hoy, quizá te pida más de lo que puedes darme.
Pero aún así, lo harás. 
Y como todo, o como casi todo, lo harás de luz, con luz, con luna y con estrellas.
Y no puedo pedirte que te quedes, no más de lo que quieras.
Y no quiero pedirte que me puedas.
Pero aún así, lo harás. Y entenderás mis ojos, como barcos. 
Y envolverás mi viaje, como niebla.


Ruiz. B.



"Te cambio tu corazón por el mío, para mirarlo y mirarlo."

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Certezas.

“Vivir ya detrás de todo - por encontrarte - como si fuese morir.”
Pedro Salinas

Se encontraban. Ellos se encontraban, siempre. No podían vivir de otra manera. Cuándo se apartarían del sol y de la ciudad, eso nunca podrían saberlo. Cuándo cambiaría el ánimo, cuándo sería propicio o cuándo las estrellas volverían a iluminarse, eso nunca.
Encontrarse era el límite.
Y era un vivir desnudo, insípido, escondido. Era un vivir tranquilo, sosegado y templado. De esa clase de vida que se intuye y se inflama, pero que no descansa. Hasta que se encontraban. Encontrarse en un barco, en unas alas. Encontrarse en un parque, en una rama. O encontrarse en el mar, como un barco y un faro, como la luz y el agua.
Y cuando se encontraban era una especie de caída, un vértigo hacia arriba, una inundación, un algo a la deriva, una explosión de rayos. Como un comienzo, al fin, como una novedad ya conocida, como un sabor a fruta o a semillas o a luna. Tan fuerte, tan intenso, tan vivo, tan conjugado, tan relojes parados, tan ausente del mundo, tan inmediato, tan excitante, que los puentes partían su sendero. Se paraban. Se tendían los puentes hacia ellos, les abrían un camino, les ofrecían un hueco a mitad de un paisaje. Alguna carretera, algún coche, algún testigo pasaban, y los veían allí, sentados. Tan inconscientes, tan lejos de sus bocas, de sus manos, de su frío que se volvían a mirar, incrédulos, como si no pudiesen comprender tanto deseo de golpe, como si nunca hubiesen visto un encuentro de dos, en mitad de un paisaje, con los puentes tendidos.
Y allí ellos, tranquilos, descansando, por fin, con sed del otro, con palabras, con dudas y experiencias, con miedos, con semanas de antes de encontrarse, con historias de antes, y con ganas de antes. Conscientes de la noche, de la vuelta, del frío. Y no les importaba. Inconsciencia feliz de ese mundo dormido que no podía ver, de ese eclipse, ese himno a la vida, esa vuelta a la calma, ese desbordamiento, las lágrimas, ese beso hacia arriba, los billetes, las fechas y la espera, ese baile final del universo, el mañana que viene, el letargo que despierta, el futuro que estalla y los astros alegres.
Y así, mejor, peor, quién sabe, pasaban los días, entre un aquí y un allí, entre dos, en un salto, en una incertidumbre acomodada. Así pasaban, ajenos a los puentes por un tiempo. Hasta que se llamaban, hasta pronto, hasta cuándo y por qué, hasta mañana. Y siempre volverían al centro del paisaje, a los faros.
Y se encontraban, siempre.

Ruiz. B.




sábado, 5 de noviembre de 2011

martes, 1 de noviembre de 2011

Tu más profunda piel.

"Intenta equivocarte de vez en cuando, reforzarás mi autoestima."
Noviembre Dulce

No me mires desde la ausencia con esa gravedad un poco infantil que hacía de tu rostro una máscara de joven faraón nubio. Creo que siempre estuvo entendido que sólo nos daríamos el placer y las fiestas livianas del alcohol y las calles vacías de la medianoche. De ti tengo más que eso, pero en el recuerdo me vuelves desnuda y volcada, nuestro planeta más preciso fue esa cama donde lentas, imperiosas geografías iban naciendo de nuestros viajes, de tanto desembarco amable o resistido, de embajadas con cestos de frutas o agazapados flecheros, y cada pozo, cada río, cada colina y cada llano los hallamos en noches extenuantes, entre oscuros parlamentos de aliados o enemigos. ¡Oh, viajera de ti misma, máquina de olvido!
[...] Yo aprendía contigo lenguajes paralelos: el de esa geometría de tu cuerpo que me llenaba la boca y las manos de teoremas temblorosos, el de tu hablar diferente, tu lengua insular que tantas veces me confundía. Con el perfume del tabaco vuelve ahora un recuerdo preciso que lo abarca todo en un instante que es como un vórtice, sé que dijiste "Me da pena", y yo no comprendí, porque nada creía que pudiera apenarte en esa maraña de caricias que nos volvía ovillo blanco y negro, lenta danza en que el uno pesaba sobre el otro para luego dejarse invadir por la presión liviana de unos muslos, de unos brazos, rotando blandamente y desligándose hasta otra vez repetir la caída desde lo alto o lo hondo, jinete o potro, arquero o gacela, hipogrifos afrontados, delfines en mitad del salto. Entonces aprendí que la pena en tu boca era otro nombre del pudor y la vergüenza, y que no te decidías a mi nueva sed que ya tanto habías saciado, que me rechazabas suplicando con esa manera de esconder los ojos, de apoyar el mentón en la garganta para no dejarme en la boca más que el negro nido de tu pelo.

Julio Cortázar





miércoles, 26 de octubre de 2011

Cambios. Parte XIII.

"Because this isn´t a story about love, this is a love story."


Otoño. Octubre. 
Y pensar que la vida iba en serio.
Reír de estas absurdas suposiciones, acostumbrarse a hacerlo, era algo que quizá le costaba más que cualquiera de las otras cosas que inundaban su mundo ahora.
"Acostumbrarse a hacerlo", lograr entenderlo, se empeñaba en sus ojos, se empeñaba. Se hundía, entraba, volvía a salir. 
Nunca lo conseguía, por supuesto, aquella maraña de cajas rotas, de hilos perdidos y de vagones de metro no estaba hecha para ser comprendida, nadie se lo había dado, nadie lo había pedido.
Y aun así allí estaba, con algún cristal roto y algunas horas muertas. Con calor y con piel.
Con frío, mucho frío, y una boca que hablaba que no podría olvidar. Los labios, se decía, los que quería besar eternamente, habían llegado pronto. Sí lo estoy y otras cosas clavadas en la aurícula izquierda, y en el mar, y en la sangre.
Rápido, lento, así. No había mucho más. Un mundo tras la puerta, tres mantas en la cama y folios a la espera.
Poco más, ya sabía. Un puente, un par de calles, o quizá alguna más. Un parque, algunos bancos, la ciudad.
Había otros parajes: alguna biblioteca, cielos de color púrpura, estaciones robadas. Un reloj verde y suave, mentor de las horas perdidas.
Ordenar. La cabeza, los días, las ideas. Las luces ordenadas de la noche.
Reclinar la cabeza en la funda de cartón e incertudumbre, en sábanas antiguas, sonrosadas, testigos silenciosos del amor.
Una historia que no era tal, que no había sido escrita, que páginas temblando de por qué.
Sentir miedo, pero aun así, bailar.


Ruiz. B.


martes, 25 de octubre de 2011

Al lado del mar.

Eres adorable y que nadie se atreva a decir lo contrario.
Y que nadie se atreva a hacerte daño.
Y que nadie se atreva a enfadarse contigo por celos absurdos.
Y que nadie se atreva a subestimarte.
Y que nadie se atreva a no quererte una vez que ha empezado a conocerte.
Y que tú no te atrevas a irte una vez que alguien ha comenzado a quererte fuerte.


Ara y sus musas.





Gracias, muchas.


Conseguiste hacerme sonreír, brisa.

lunes, 24 de octubre de 2011

Aquí. Ahora.

"Porque has vuelto los misterios del revés, y tus enigmas, lo que nunca entenderás, son esas cosas tan claras."
Pedro Salinas


Viernes de soledad, amor y desandar senderos ya trazados.
Y vivir, piel con piel, y que no importe nada.
Y salir, y Madrid, y calma, y sueño y sábanas.
Sábado de encontrar, reencontrar, recibir, responder, despertarse. 
Y hallar, y respirar, y mirar, y atreverse.
Y volver, y soñar, y bailar, y beber, y cantar.
Y dormir, y jergón, y cojín, manta y madre.
Y Domingo, por fin.
Y música, salón, pasillo, casa entera.
Y salir, y estridencia, y reír, y café, y algún himno.
Y autobús, y llegar, y saber que estás bien. Donde tienes que estar.
Y puzzles, y canción, y cojines, y suelo.
Y poco más, saberte, sin tener que decirlo, un poco más feliz.


Ruiz. B.

sábado, 22 de octubre de 2011

Mundo ingrávido.

"Besar hacia arriba". Y supongo que es cierto. Verás, es muy sencillo. Como algunas comidas. Sencillo, así, sin más. Así, hacia arriba, "librando algo de mi que aún estaba sujeto". 
Dijo Pedro, qué sabio. 
Hoy Pedro me acompaña, y el hueco de tu cuerpo.
"Vemos como se va volando, por tu impulso".
Y sí, también es cierto.
Saberte independientemente dentro.
Yo sé que a veces cuesta. Ya sabes, aún así, espero que lo entiendas. 


Ruiz. B.







domingo, 16 de octubre de 2011

Vórtex.

"¿Dónde pongo lo hallado? En la Tierra, en tu nombre, en la Biblia, en el día que al fin te he encontrado?"
Silvio Rodríguez


Que el tiempo pase demasiado deprisa.
Que se rompan la ausencia, la verdad y la calma.
Que nos llegue la vida. Que nos llegue.
Que llegue y nos invada como si de una sombra se tratase.
Que se haga el silencio.
Que se vaya la luz y nos deje las mantas.
Que se vayan las mantas y nos dejen las manos.
Que se vayan las manos y nos dejen los labios.
Que los labios se encuentren, muy despacio.
Que se midan, se esperen, se acerquen, se rebatan.
Que se choquen. Una vez. Dos y tres.
Que se abran.
Que se descubra el mundo, humedad reclinada, asideros de espuma.
Que el sabor se entremezcle, a peces, a aceituna, a luz, a novedad.
Que se quede entre medias un aire que amenaza con sonidos. Un aire compartido.
Que despacio tu cuerpo queda arriba.
Que me miras, te miro, que ya está ¿cómo pasa?
Que se vayan los labios, y que no quede nada.


Ruiz. B.


viernes, 7 de octubre de 2011

Hoy, porque es hoy.

"Quizás de un fallo repentino en la lógica del universo."
Marguerite Duras


Para ti, porque es hoy.
Porque te creas un muro.
Porque me creo un muro.
Y tú, después, los tiras.
Porque eres suave (y blanca).
Porque sonríes y curva.
Porque sonrío y pico.
Porque tienes ciudades
ocultas, magnetismo.
Porque hoy si sonreías
un labio te temblaba.
Te temblaba el latido
y te temblaba el alma.
Porque sí, porque un banco
nos hacía de almohada.
Porque ayer ya fue intenso,
porque lo ha sido hoy
y lo será mañana.
Porque ¿vienes? y voy
porque portal y calma.
Porque dedos y abrazos, 
porque calle y llamadas.
Para ti, porque es hoy.
Porque con eso basta.


Ruiz. B.





miércoles, 5 de octubre de 2011

Cambios. Parte XII. Explosión.

“Mira, hay una foto suya en la mesilla.” “Déjala, déjala ahí, no la cambies.”
Pepe y Abu

La partida.

Se dio cuenta de la gravedad  y se calló.
Se calló como se callan los muertos, o los dormidos.
Más tarde un tren del color de la ceniza la llevó donde se parte el silencio, y se inflama la calma y vuela el día tras los cristales de azul y tarde amarga.
Y allí por fin lloró, con llanto de ojos heredados de aceituna y manos hábiles, llanto de mañana.
Y pensó en uno y otro, decidir que son dos.
Cuando el pensó en ella, eligiéndola.
Cuando el viaje y todos los relojes.
Luego, en que dos que son dos se convierten en uno.
Y ella pensó en él, sin querer ya cuidarse.

Y lo guardó. Lo guardó con cariño, con tiento, con ternura.
Lo guardó con madera, con pequeños estantes no construidos nunca, con fórmulas secretas y aventuras selváticas.
Lo guardó como se guardan las historias, con las manos pequeñas.
Lo guardó como un barco, como se guarda un barco, de centro de salón, del centro de la Tierra.
Se quedó, en el camino, con unas cuantas frases, con algún que otro libro, con orgullo, con agua.

Y cuando todo estaba recogido, de caja de herramientas, de corazón palpado, de suturas antiguas y futuro quebrado, cuando todo esto estaba listo ya, lo guardó.
Como algunos domingos, en el fondo del alma.

Ruiz. B.



martes, 4 de octubre de 2011

Cambios. Parte XI.

Anatomía.

Salir al mundo, a la calle.
Salir con bata y con ojeras, con ojos, con gritos, con nudos en los dedos y en el pecho.
Llegar. Llegar a tiempo.
Subir, subir deprisa, subir corriendo, subir, para llegar subir, a respirar, subir.
Y prestar atención, bolígrafos y folios.
Y prestarte la piel, y la voz, y los ojos.
Y olvidar el papel.
Y dejarte el amor.

Ruiz. B.

“Bueno, pues nada, si tienes frío y tiempo, me llamas.”
 Ismael Serrano




viernes, 30 de septiembre de 2011

Cambios. Intermedio 5º.

"Una montaña rusa entre fuegos de artificio, que ya no puedo oír."
M-Clan


Los días de nadie los utilizamos para el estudio.
Los del estudio para la risa.
Los de la risa para el amor.
Los del amor siempre son suyos, para las manos y los espejos.
Para la música, para la luz.
Se había dejado sorprender, sin esperárselo y sin proponérselo.
Y se lo habían regalado, así, sin más, como los libros dedicados,
como las chocolatinas de anís belga, como el calor, como las flores de papel.
Esta vez Ara había dibujado - sí, dibujado - una mañana en su mundo hueco.
Ella hablaba de espejos, de cuidado, de viernes.
Como llorar.
O sonreir, tal vez.


Ruiz. B.



Cambios. Parte X.

"Me gustas cuando callas."
Pablo Neruda

Las promesas finalmente cumplidas en la espalda.
Y que cambien los días y las manos.
Y el cielo y los vestidos.
Y la historia.
Dedos acariciados, uñas rotas.
Y la vida y el metro.
El destino y el juego.
Y las horas.
Corazón saturado, de luz, de novedad, de estrella fría.
Ni saber, ni querer. No mirar.
Ni sentir.
Y el amor.
Y lo nuevo.

Ruiz. B.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Cambios. Intermedio 4º.

Las tardes del recién estrenado otoño prometían ser mucho más de lo que podían contener.
Enredando un poco, charlando sobre los bancos, sobre la hierba, sobre lo que fue(ra). Y los cristales bajo las manos, en la cintura. Y la luz en los ojos - demasiado, dijeron - que las abandonó para irse del mundo.
Las historias de Irina en los tobillos. 
Y otra vez Lambda. Saber, subir, sabor a novedad, a distancia, a juicio. Porque se sabían. Se sabían como se saben los amigos. O como el último apunte de Organografía. Como se sabe el agua.
Y podían intentarlo, podían fallar, volver. Y volverían.
Como siempre.


Ruiz.B.



viernes, 23 de septiembre de 2011

Cambios. Parte IX.



"Y aunque cierre los ojos y me cubra el corazón enteramente, veo caer agua sorda, a goterones sordos. Es como un huracán de gelatina, como una catarata de espermas y medusas.."
Pablo Neruda




Sabor extraño en la mirada. Vacíos los labios. Florecientes las redes - como ya dijo, amar, amar. Amables.
No sabía por qué lo había hecho. Dudaba de sus intenciones previas y de las de después. No había sido lo correcto. Ni lo bueno. Ni lo sano. Ni lo justo. Ni siquiera lo momentáneo. Y ella lo sabía. Lo sabía antes de que hubiera ocurrido, lo sabía desde hacía mucho tiempo. Lo sabía desde siempre, y sabía que siempre sería así. No habría treguas de luz, ni de sábanas frías.
No con él.
Deneb y la ventana. Y las sillas. Y la habitación vacía. Y la pared. 
Nada después. Y nada más.


Ruiz. B.





sábado, 17 de septiembre de 2011

Cambios. Intermedio 3º.

"Ahora tengo diecinueve y no quiero cumplir los veinte. Me ha gustado esta década, ¿por qué cambiarla?"

Irina Pixyt


Cada idea que le venía a la mente la configuraba como un "torbellino vertiginoso de reacciones". Y no lo había pensado primero, obviamente. Jardiel Poncela ya reflexionó sonre eso mucho antes - la vida, la alegría, el café, el amor-.
Pero tampoco creyó que fuera necesaria demasiada preparación, simplemente sentía un poco de miedo y de vergüenza.

Notaba a lo largo de los días que de vez en cuando pasaban, pasaban y se quedaban decididamente sobre los platos, y sobre las cucharas y las copas. Y los echaba de menos - los días - los de sol y los de largas tardes derrotadas.
A veces reflexionaba sobre los gustos de la gente, las preferencias, y quizá alguna cinta tocara su lado más expectante, el más tierno, el más curioso.
No se podía explicar - ¡no podía! - el por qué de tan extravagante situación. No era tensa ni era violenta. Era, más bien, sencilla. Era, así, sin más.
Hubo entre tanto alguna noche sin guías, sin luna y sin bastones. El vestido y los zapatos rojos de aquella primera tarde de cambios - los zapatos - la vistieron de viaje. 
Irina lo sabía, fue inquietante la forma que tuvieron de mirarse y de acercarse, de tela de araña, de cabello rizado, de red amable.
Y al final llegó a casa de madrugada. 
Y llegó sola, con alguna duda y alguna cerveza. 
Y con algo de luna y alguna certeza también. 

Ruiz.B.