domingo, 27 de noviembre de 2011

Comprender el ansia de la lluvia, o la fiebre del mar.

"Boca rota de amor y alma mordida."
F. G. Lorca

Tenías que llegar para creerte. O para no creerte, y quedarte a las puertas.
Tenías que llegar por la corriente.
Tenías que pasar, mi piel inerte, por las sombras del cielo y del fracaso.
Tenías que llegar, para quedarte.
Tenía que vivir sin encontrarte.
Tenía que olvidar para tocarte.
Tenía que volar, sin esconderme,
sin luna, con tu luz, y sin taparme,
para sentir tu aliento, manta y frío.
Yo no supe, no sé, nunca he sabido
esperar de la noche más que el sueño.
Pero tu cuerpo, amor, pero tu cuerpo
de mar y de calor y de deshora.
Pero tu piel, tus manos y tu aurora.
Pero tu sed, tu paz y mi agonía.
Pero tu calma, inquieta, que me ahoga.
Pero tu alba, mi cuello entre tus dientes.
Pero tus labios, luz, sudor y abrazo a tientas.
Verás - tú ya lo sabes - no es lo mismo dormir, amor, 
sobre almohadas serenas y seguras, que dormir a tu lado.

"Que unidos, enlazados...el tiempo nos encuentre destrozados."
F. G. Lorca









viernes, 25 de noviembre de 2011

Amor incivilizado.

"Ese trocito de azúcar verde." 


"Es algo que no puedes alcanzar, que no logras comprender del todo. Por eso te capta." Un universo paralelo, un refugio, una manta, una cueva, un campo de baloncesto a oscuras, una siesta, un ovillo, una imprudencia, un vuelo impertinente, una locura. Un lugar al que quieres volver.
Y ella sabía que lo necesitaba para tener apenas un fragmento de esa vida bohemia que de vez en cuando se atrevía a mirar desde arriba, desde la ventana de las cosas bien hechas y en orden, desde la estructura, desde el limón amargo, desde la calidez y la pureza.
Y ella sabía que había destrozado su conciencia, que había pulverizado sus pilares y quebrado de lleno la forma de todo lo que había conocido antes. Lo sabía y le daba tanto vértigo que querría huir a veces. A veces, en días como hoy, correría sin parar hasta el fin de alguna calle no demasiado concurrida, para recordarla como era cuando aún no existía.
Necesitaba a veces un poco del aire que en aquel recoveco no lograba aspirar, por cercanía de bocas, por labios, por caricias, por frío y por ya no te quiero querer tanto.
Y cuando le preguntaba si entendía, de sobra ya sabía la respuesta. Y era un no. (Aunque ella decía sí, y sonreía, y nunca habría soñado mirar con tanta fuerza, de romper la mandíbula de un beso).
Y no podría entenderlo, se dio cuenta muy tarde, demasiado tarde para lo que acostumbraba. Nunca podría entenderlo, un milagro, una estepa, un café a media tarde, un colibrí, una nube, se podían comprender. Ella no. Jamás, nunca, por siempre, para siempre, comprender, comprensible. Eso no. No el lugar al que accedían a veces, de la mano. O sola, o lejos o a su lado. 


Ruiz. B. 


miércoles, 23 de noviembre de 2011

Gacela del amor imprevisto.

Nadie comprendía el perfume
de la oscura magnolia de tu vientre.
Nadie sabía que martirizabas
un colibrí de amor entre los dientes.

Mil caballitos persas se dormían
en la plaza con luna de tu frente,
mientras que yo enlazaba cuatro noches
tu cintura, enemiga de la nieve.

Entre yeso y jazmines, tu mirada
era un pálido ramo de simientes.
Yo busqué, para darte, por mi pecho
las letras de marfil que dicen siempre.

Siempre, siempre: jardín de mi agonía,
tu cuerpo fugitivo para siempre,
la sangre de tus venas en mi boca,
tu boca ya sin luz para mi muerte.

Federico García Lorca



jueves, 17 de noviembre de 2011

Aún así.

"Y no dejarte más que una ventana sin estrellas."


La cabeza que reposa en la almohada, las manos que te acarician y el corazón que te espera.
Sé que no siempre vas a llegar, no puedo esperar que lo hagas.
Sé que es intenso, sé que es muy fuerte, más, mucho más de lo que habría arriesgado con un poco más de tiempo y de conciencia.
Pero no hubo tiempo, y sé (o quizá no sepa) que fue mejor así.
Así, saber que solo hay puentes, y algunas horas vividas deprisa, robadas al tiempo sin hacer mucho ruido.
Y sé que yo no he ganado ninguna guerra, y que quemo la vida, y que no te doy tiempo, y que a veces no te busco lo suficiente, y que, en días como hoy, quizá te pida más de lo que puedes darme.
Pero aún así, lo harás. 
Y como todo, o como casi todo, lo harás de luz, con luz, con luna y con estrellas.
Y no puedo pedirte que te quedes, no más de lo que quieras.
Y no quiero pedirte que me puedas.
Pero aún así, lo harás. Y entenderás mis ojos, como barcos. 
Y envolverás mi viaje, como niebla.


Ruiz. B.



"Te cambio tu corazón por el mío, para mirarlo y mirarlo."

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Certezas.

“Vivir ya detrás de todo - por encontrarte - como si fuese morir.”
Pedro Salinas

Se encontraban. Ellos se encontraban, siempre. No podían vivir de otra manera. Cuándo se apartarían del sol y de la ciudad, eso nunca podrían saberlo. Cuándo cambiaría el ánimo, cuándo sería propicio o cuándo las estrellas volverían a iluminarse, eso nunca.
Encontrarse era el límite.
Y era un vivir desnudo, insípido, escondido. Era un vivir tranquilo, sosegado y templado. De esa clase de vida que se intuye y se inflama, pero que no descansa. Hasta que se encontraban. Encontrarse en un barco, en unas alas. Encontrarse en un parque, en una rama. O encontrarse en el mar, como un barco y un faro, como la luz y el agua.
Y cuando se encontraban era una especie de caída, un vértigo hacia arriba, una inundación, un algo a la deriva, una explosión de rayos. Como un comienzo, al fin, como una novedad ya conocida, como un sabor a fruta o a semillas o a luna. Tan fuerte, tan intenso, tan vivo, tan conjugado, tan relojes parados, tan ausente del mundo, tan inmediato, tan excitante, que los puentes partían su sendero. Se paraban. Se tendían los puentes hacia ellos, les abrían un camino, les ofrecían un hueco a mitad de un paisaje. Alguna carretera, algún coche, algún testigo pasaban, y los veían allí, sentados. Tan inconscientes, tan lejos de sus bocas, de sus manos, de su frío que se volvían a mirar, incrédulos, como si no pudiesen comprender tanto deseo de golpe, como si nunca hubiesen visto un encuentro de dos, en mitad de un paisaje, con los puentes tendidos.
Y allí ellos, tranquilos, descansando, por fin, con sed del otro, con palabras, con dudas y experiencias, con miedos, con semanas de antes de encontrarse, con historias de antes, y con ganas de antes. Conscientes de la noche, de la vuelta, del frío. Y no les importaba. Inconsciencia feliz de ese mundo dormido que no podía ver, de ese eclipse, ese himno a la vida, esa vuelta a la calma, ese desbordamiento, las lágrimas, ese beso hacia arriba, los billetes, las fechas y la espera, ese baile final del universo, el mañana que viene, el letargo que despierta, el futuro que estalla y los astros alegres.
Y así, mejor, peor, quién sabe, pasaban los días, entre un aquí y un allí, entre dos, en un salto, en una incertidumbre acomodada. Así pasaban, ajenos a los puentes por un tiempo. Hasta que se llamaban, hasta pronto, hasta cuándo y por qué, hasta mañana. Y siempre volverían al centro del paisaje, a los faros.
Y se encontraban, siempre.

Ruiz. B.




sábado, 5 de noviembre de 2011

martes, 1 de noviembre de 2011

Tu más profunda piel.

"Intenta equivocarte de vez en cuando, reforzarás mi autoestima."
Noviembre Dulce

No me mires desde la ausencia con esa gravedad un poco infantil que hacía de tu rostro una máscara de joven faraón nubio. Creo que siempre estuvo entendido que sólo nos daríamos el placer y las fiestas livianas del alcohol y las calles vacías de la medianoche. De ti tengo más que eso, pero en el recuerdo me vuelves desnuda y volcada, nuestro planeta más preciso fue esa cama donde lentas, imperiosas geografías iban naciendo de nuestros viajes, de tanto desembarco amable o resistido, de embajadas con cestos de frutas o agazapados flecheros, y cada pozo, cada río, cada colina y cada llano los hallamos en noches extenuantes, entre oscuros parlamentos de aliados o enemigos. ¡Oh, viajera de ti misma, máquina de olvido!
[...] Yo aprendía contigo lenguajes paralelos: el de esa geometría de tu cuerpo que me llenaba la boca y las manos de teoremas temblorosos, el de tu hablar diferente, tu lengua insular que tantas veces me confundía. Con el perfume del tabaco vuelve ahora un recuerdo preciso que lo abarca todo en un instante que es como un vórtice, sé que dijiste "Me da pena", y yo no comprendí, porque nada creía que pudiera apenarte en esa maraña de caricias que nos volvía ovillo blanco y negro, lenta danza en que el uno pesaba sobre el otro para luego dejarse invadir por la presión liviana de unos muslos, de unos brazos, rotando blandamente y desligándose hasta otra vez repetir la caída desde lo alto o lo hondo, jinete o potro, arquero o gacela, hipogrifos afrontados, delfines en mitad del salto. Entonces aprendí que la pena en tu boca era otro nombre del pudor y la vergüenza, y que no te decidías a mi nueva sed que ya tanto habías saciado, que me rechazabas suplicando con esa manera de esconder los ojos, de apoyar el mentón en la garganta para no dejarme en la boca más que el negro nido de tu pelo.

Julio Cortázar