miércoles, 9 de noviembre de 2011

Certezas.

“Vivir ya detrás de todo - por encontrarte - como si fuese morir.”
Pedro Salinas

Se encontraban. Ellos se encontraban, siempre. No podían vivir de otra manera. Cuándo se apartarían del sol y de la ciudad, eso nunca podrían saberlo. Cuándo cambiaría el ánimo, cuándo sería propicio o cuándo las estrellas volverían a iluminarse, eso nunca.
Encontrarse era el límite.
Y era un vivir desnudo, insípido, escondido. Era un vivir tranquilo, sosegado y templado. De esa clase de vida que se intuye y se inflama, pero que no descansa. Hasta que se encontraban. Encontrarse en un barco, en unas alas. Encontrarse en un parque, en una rama. O encontrarse en el mar, como un barco y un faro, como la luz y el agua.
Y cuando se encontraban era una especie de caída, un vértigo hacia arriba, una inundación, un algo a la deriva, una explosión de rayos. Como un comienzo, al fin, como una novedad ya conocida, como un sabor a fruta o a semillas o a luna. Tan fuerte, tan intenso, tan vivo, tan conjugado, tan relojes parados, tan ausente del mundo, tan inmediato, tan excitante, que los puentes partían su sendero. Se paraban. Se tendían los puentes hacia ellos, les abrían un camino, les ofrecían un hueco a mitad de un paisaje. Alguna carretera, algún coche, algún testigo pasaban, y los veían allí, sentados. Tan inconscientes, tan lejos de sus bocas, de sus manos, de su frío que se volvían a mirar, incrédulos, como si no pudiesen comprender tanto deseo de golpe, como si nunca hubiesen visto un encuentro de dos, en mitad de un paisaje, con los puentes tendidos.
Y allí ellos, tranquilos, descansando, por fin, con sed del otro, con palabras, con dudas y experiencias, con miedos, con semanas de antes de encontrarse, con historias de antes, y con ganas de antes. Conscientes de la noche, de la vuelta, del frío. Y no les importaba. Inconsciencia feliz de ese mundo dormido que no podía ver, de ese eclipse, ese himno a la vida, esa vuelta a la calma, ese desbordamiento, las lágrimas, ese beso hacia arriba, los billetes, las fechas y la espera, ese baile final del universo, el mañana que viene, el letargo que despierta, el futuro que estalla y los astros alegres.
Y así, mejor, peor, quién sabe, pasaban los días, entre un aquí y un allí, entre dos, en un salto, en una incertidumbre acomodada. Así pasaban, ajenos a los puentes por un tiempo. Hasta que se llamaban, hasta pronto, hasta cuándo y por qué, hasta mañana. Y siempre volverían al centro del paisaje, a los faros.
Y se encontraban, siempre.

Ruiz. B.




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