Las tardes del recién estrenado otoño prometían ser mucho más de lo que podían contener.
Enredando un poco, charlando sobre los bancos, sobre la hierba, sobre lo que fue(ra). Y los cristales bajo las manos, en la cintura. Y la luz en los ojos - demasiado, dijeron - que las abandonó para irse del mundo.
Las historias de Irina en los tobillos.
Y otra vez Lambda. Saber, subir, sabor a novedad, a distancia, a juicio. Porque se sabían. Se sabían como se saben los amigos. O como el último apunte de Organografía. Como se sabe el agua.
Y podían intentarlo, podían fallar, volver. Y volverían.
Como siempre.
Ruiz.B.
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