"...en la penumbra dorada de la lámpara cuelgo mi piel
y sé que estaré solo en la ciudad
más poblada del mundo."
Julio Cortázar
En la oscuridad las cosas eran lo que parecían ser, mas cuando llegaba la luz ya no era así.
Era aquel día, en aquella premeditada negrura, con aquel humo de falso tabaco en la noche inmediata. Ni siquiera mintió el contacto del metal duro. Del metal encendido.
Su cuerpo flexible, largo, blanco. Su fuerza. Sus manos. Sus zapatos. Sus preguntas.
Ambo había llegado para el comienzo, sobre el suelo de tierra, y se había quedado para el café. Y para la mañana, y para los otros días.
Él decidía rápido, pensaba poco, disfrutaba largamente, se movía por instinto.
Cuando ella al otro lado del espejo contempló su cuello, lo halló como siempre (o como casi siempre). Límpido y pálido. Intacto.
"Ya...él no era un hombre - recordó de pronto - él era él".
Ruiz. B.
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