Irina Pixyt
Cada idea que le venía a la mente la configuraba como un "torbellino vertiginoso de reacciones". Y no lo había pensado primero, obviamente. Jardiel Poncela ya reflexionó sonre eso mucho antes - la vida, la alegría, el café, el amor-.
Pero tampoco creyó que fuera necesaria demasiada preparación, simplemente sentía un poco de miedo y de vergüenza.
Notaba a lo largo de los días que de vez en cuando pasaban, pasaban y se quedaban decididamente sobre los platos, y sobre las cucharas y las copas. Y los echaba de menos - los días - los de sol y los de largas tardes derrotadas.
A veces reflexionaba sobre los gustos de la gente, las preferencias, y quizá alguna cinta tocara su lado más expectante, el más tierno, el más curioso.
No se podía explicar - ¡no podía! - el por qué de tan extravagante situación. No era tensa ni era violenta. Era, más bien, sencilla. Era, así, sin más.
Hubo entre tanto alguna noche sin guías, sin luna y sin bastones. El vestido y los zapatos rojos de aquella primera tarde de cambios - los zapatos - la vistieron de viaje.
Irina lo sabía, fue inquietante la forma que tuvieron de mirarse y de acercarse, de tela de araña, de cabello rizado, de red amable.
Y al final llegó a casa de madrugada.
Y llegó sola, con alguna duda y alguna cerveza.
Y con algo de luna y alguna certeza también.
Ruiz.B.
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