Era un lugar oscuro cubierto por una tierra vasta y árida bajo una bóveda negra. Aquel lugar estaba únicamente iluminado por unas luces fugaces que atravesaban el firmamento. Cada una de ellas brillaba de una manera diferente: con el color acuoso de la tristeza, con la inquietante calidez del amor o la prepotencia lánguida del orgullo.
Había miles, quizá millones de esas pequeñas estrellas pasajeras.
Pero esta historia sólo pudo recordar dos de ellas, viajeras de tiempo y de recuerdos: la memoria y el olvido.
Aquel día el lienzo se tiñó de vida y de alegría cuando la memoria atravesó poderosa los campos del aire; avanzaba radiante, plena de ser y de sueños, llena de olor a mar y a melancolía, llena de imágenes, conquistadora de parajes no inventados, lectora de libros y canciones y poesías, cosechadora de lágrimas, dueña y señora de sonrisas y tactos y colores.
Aquel mismo día, una bruma añil impregnó el cielo y un trazo de vacío, ruina y tiempo deslizó su pincel sobre aquel lienzo. El olvido surcaba impertérrito el firmamento, tan triste, tan inabarcable y tan oscuro como sus grandes ojos perdidos.
Pero esos ojos no pudieron por menos que contemplar el mundo reflejado en los ojos de la memoria. Y así como algunos dicen que la mirada es espejo del alma, la inmensidad de la memoria asomó a sus pupilas y el olvido detuvo un instante su marcha… el frío, opaco, incierto olvido pudo aspirar el aire de miles de playas, pudo bailar la música de miles de canciones y pudo visitar cientos de lugares y reír, y llorar y pudo también sentir el roce de miles de tactos.
La memoria, por su parte, aun negando lo que sus ojos de cristal ni comprendían ni podían comprender, recordó un sentimiento inquietante y cálido con más intensidad que nunca... y olvidó entonces su ser y sus sueños, y sus mares y sus conquistas, olvidó sus libros y sus caricias, y olvidó también que quería recordar…y sólo quiso recordar al olvido.
El olvido contuvo su trazo añil de pincel olvidado todo lo que las fuerzas que no conseguía recordar le permitieron…y en un último esfuerzo teñido de escenarios infinitos olvidó que no podía recordar y sólo pudo recordar a la memoria.
Pero en aquel lugar nunca ha habido pactos, ni trayectorias interrumpidas, ni sentimientos encontrados…y pronto el olvido no pudo contener por más tiempo sus pasos, ni pudo la memoria olvidar que era inmensa. Y por sus grandes ojos cristalinos transcurrieron paisajes pintados de añil, y ojos oscuros y libros antiguos y sonrisas olvidadas…la memoria recordó su ser y sus sueños, y recordó al olvido, veraneante ya por siempre de sus playas, y guardó sus pasos azules.
El olvido en el lienzo trazó su estructura y voló imparable hacia ninguna parte. Colgando en su vuelo un recuerdo impertinente, viajó alegre largo tiempo, radiante de luz y de mareas…pero pronto el frío empujó su carrera, el vacío inundó de nuevo su alma y el olvido, surcando quién sabe qué silencio, cerró sus ojos sin fondo y, una vez más, olvidó.
Ruiz B.
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