domingo, 6 de mayo de 2012

Los placeres prohibidos.

"Me gusta verte más. Aunque en realidad...no te vea."


Descansaba plácidamente bajo un cielo pleno de sol e historias abandonadas a mitad del camino. Se movía ruidosamente, no tenía cuidado ni temía al peligro, dando vueltas en el mismo lugar, a veces; otras veces se levantaba de un salto y corría torpemente. Volvía a detenerse, quizá a coger el fruto de algún árbol o a admirar la belleza de una flor. Seguía, volvía a parar, siempre alerta. Nunca se demoraba más de lo necesario en el mismo sitio, pero estaba el tiempo suficiente para sentir intriga, fascinación por las cosas que se cruzaban frente a sus ojos. Era una presa difícil...pero, al fin y al cabo, lo era.
A cierta distancia, tras una leve barrera, un par de ojos intensos observaban la carrera, la quietud o la tibieza de su cuerpo frágil. Se habían posado en él como en tantas otras cosas extrañas, pero esta vez era diferente. Apenas hubo demora. Esta vez, el cazador decidió no dilatar más el tiempo, ni tentar a una suerte demasiado dudosa para que fuera cierta. Esta vez fue deprisa. 
Rápido, fuerte y certero quebró la barrera.
Fuerte, certero y rápido adelantó su huída desgarbada.
Certero, rápido y fuerte interrumpió su trayectoria.
Se miraron a los ojos, se midieron. No competían en fuerza ni en velocidad, pero sí en astucia, sí en miedo - miedo a la pérdida, de la vida, del premio. 
Y quizá habría podido huir...puede que hubiera podido escapar...pero hubo un fallo inimaginable, imperdonable, increíble, imprudente. Y así como miraba las flores, o las nubes, o los pájaros y se asombraba, así se detuvo en los ojos del cazador. Bajó la guardia, tardó un segundo más de lo debido en apartar la vista. Y ya era tarde.
Se abalanzó sobre él, elegante, seguro de su victoria. Lo acorraló, despacio. Enlentecía el movimiento al acercarse, se medía, controlaba, alargaba el momento del placer - ¿el placer de la caza, el placer de la presa? ¿el placer de saber que había ganado? ¿el placer de los bailes en la palma de una mano? - pero, finalmente, llegaba.


Luego, las otras muchas veces, habían quedado las huellas, sangre y restos de la batalla. Y nada más.
Y esta vez no fue así...se quedó merodeando, girando en torno al cuerpo: sus ojos fijos aún en los del otro. Ninguna herida, la carne intacta...sólo faltaba una pieza, que se curvaba en manos del cazador.
Le había arrancado el corazón.


Ripples.

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