Hay un pasillo largo y muchas puertas, demasiadas, las justas o insuficientes, nunca lo sabría. Y un vestido rojo colgado de un perchero antiguo. Y unos zapatos. Y un poco de miedo.
Y algo de tiempo, parece todo un año, y es mentira.
Después queda sólo una puerta a la espalda, han cerrado el pasillo, lo han vetado con puertas que ocultan y sepultan olimpiadas y muertos. Dicen que se fueron cerrando las puertas una a una (la de los ojos primero, la de la risa, la del sexo y la de las manos). Se cerraron las puertas del paraíso y tras un largo trecho finalmente se cerraron las de la ciudad, y calle a calle, a golpe de hierba y de silencio se instauró la clausura.
Y ahora ya no hay pasillo si no encuentras la llave. Ya no puedes volver.
Y si te acercas ves un rincón en el suelo, con un montón de escombros, y con gafas redondas, y uñas rotas y algún vestido nuevo. Y hay muy poca luz y quizá deberías dejar que entre (la luz, el aire, el sol, y el amor y lo nuevo).
Entonces se abre enfrente la puerta del verano.
Ruiz. B.
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