Cuando no se espera nada, a veces las algas sumergen las pestañas bajo cuencos vacíos, y se levanta el mundo y se callan los perros. La ternura se excita y libera temblando el blando humo denso que prohíben las rosas. Bocas ajenas preguntan por bolígrafos insomnes, y la oportunidad se desmadeja.
Se ha levantado el cielo de las sombras bajo la ley de los amores fríos. Se ha denunciado la tragedia de los labios plagados de hormigas del asfalto. Se han aplaudido la conciencia y la sangre del mar y se han hinchado de fiebre todas las proas.
Hay que correr, porque las libaciones han llegado a su hora a los campos.
Hay que correr, porque el fuego se extingue.
Hay que correr, porque la flor del agua se convulsiona.
Amanezcamos hundidos de placer. Alumbremos de ojos las espaldas desnudas.
Lancemos gritos de muñeca libre, de Granada en la cima.
Soñemos con los mendigos dormidos de las plazas rotas.
Cómo me está costando este último latido.
Hay que volar si las lágrimas saben a aceituna.
Hay que volar si las uñas se rasgan.
Hay que volar si sobre las cinturas hay golondrinas blancas.
Ruiz. B.
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